Efímero

Abría y cerraba la puerta una y otra y otra vez y yo miraba desde el descansillo como su imagen aparecía y desaparecía a su antojo, día tras día y mes tras mes. Hice mía la costumbre de esperar, me consolaba pensando que lo bueno estaba por venir, pero una parte de mí sabía que tiempo pasado siempre había sido mejor. Buscaba el brillo de su mirada y las pocas veces que lo encontré, ahora lo sé, fue porque el que se reflejaba en sus ojos era el mío. 

Nunca nadie antes y nunca nadie así. Como un huracán que llega, arrasa y se va. Y ahora, vuelve a construir la casa tú sola. Ahora vuelve a construirte tú sola. Nunca tuve un miedo tan atroz a perder. A perder a quien nunca antes había sido, a quien nunca antes había estado y a quien nunca se había tan si quiera planteado la posibilidad de quedarse. El paso del tiempo se apoderó de nuestros recuerdos, seguíamos mirándonos, pero ya era imposible vernos. Dentro de mi pecho el aire intentaba abrirse paso sobre una losa que día tras día triplicaba su peso. Aquellos pequeños miedos que se habrían arreglado entre abrazos y besos, ahora hacían que una parte de mí sintiese que estaba muriendo. 

Llegó la primavera y rompió nuestra cuerda, aquella que tensábamos desde hacía tanto, que entrelazaba nuestras manos mientras apretaba nuestro cuello. Y una madrugada cualquiera, desapareció. Se fue con mis ganas de creer y metió en su maleta las palabras bonitas, las sorpresas, los “creo en ti” y los “siempre que tú estés voy a volver”. Se llevó sus mentiras y sus verdades a medias, las sonrisas que coincidían y las miradas cómplices entre la gente. Cogió un tren de no retorno entre su vida y la mía, no solo abandonaba la ciudad, dejaba conmigo todo lo que jamás podremos recuperar. 

Cuántos cafés pendientes, cientos de viajes sin facturar, tantísimos cumpleaños sabiendo que el otro ni está ni estará. Es curioso pensar en los para siempre que prometemos cuando queremos y lo fácil que es olvidarlos cuando algo deja de encajar. Yo por mi parte creí y sigo creyendo y a veces hasta le veo llegar a lo lejos, sin más. Tengo la estúpida manía de dedicar tiempo, coraje y ganas a todo lo que me hace un puño el corazón.

No hay más ciego que el que no quiere ver y tapó sus ojos, sus oídos y escogió la opción de huir sin mirar atrás. Me hubiera visto llorando, tirada en el suelo, sin fuerzas si quiera para respirar. Pero hay cosas supongo, que si no se cuentan, si no se entera, serán como si hubiera sido un sueño del que yo necesitaba despertar. 


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