Aprendiendo a vivir sin el hombre de mi vida.

El ser humano tiene la capacidad innata de sobreponerse tras la pérdida de alguien cercano después de afrontar el proceso conocido como duelo. El duelo según un libro que leí no hace mucho no tiene una duración exacta y depende de la fuerza y la entereza de la persona que se enfrente a él y los factores sociales que la rodeen. Hace siete años mi vida cambió, y es que desde el momento en que mi persona partió todo lo que había a mi alrededor se desmoronó.  

Mi persona era mi abuelo, crecí junto a él y gracias a él me convertí en la mujer que soy hoy. Decidida, con un carácter algo difícil, las ideas claras y luchadora. Supongo que así me definiría Ángel si pudiese hablar de mi con alguien, o por lo menos espero que ese fuera el concepto de mí que se llevó consigo. Pero a veces cuando te falta la pieza más fundamental de tu puzle volver a ser la misma es prácticamente imposible. 

 

Si he de ser sincera a mi hoy día se me sigue haciendo imposible definirme con exactitud, era algo que me resultaba fácil cuando todo dentro de mi estaba intacto y no había hecho frente a ningún problema serio jamás. Cuando las cosas se torcían y todo se volvía en contra bastaban dos minutos en su regazo y un puñado de sus sabias palabras o una de sus sonrisas pícaras para saber que era cuestión de tiempo que el río volviese a su cauce. 

 

Fue la persona que me defendió la primera vez que unos niños se metieron conmigo en el patio del colegio, quien me enseñó a leer antes de tiempo y a fantasear cada vez que leía un libro, gracias a quien amo escribir y dejarme el alma y la mente plasmadas en un papel. También fue él quién dijo un día que la vida siempre empezaba y terminaba en el amor y que el amor de ninguna de las maneras podía suponer sufrimiento. 

 

El primer libro que me hizo leer cuando a penas tenía edad para pensar fue El Principito, un libro gracias al cual aprendí que lo que para algunas personas podía ser la silueta de un sombrero para otras era una boa que se había comido a un elefante. Así era él, así es él esté donde esté, una persona capaz de entender cualquier punto de vista, capaz de perdonar, capaz de querer como se quiere de verdad, sin peros, sin problemas extra, sin dobleces, simplemente amar. 

 

Hoy me encantaría poder contarle que he aprendido a mirar mas allá, como hacía con El Principito. Y es que mas allá de cada puesta de sol, de cada amanecer, de cada buena noticia, más allá de mí está él.

 

La pérdida, el duelo, la muerte y la vida en general son pase el tiempo que pase y nos rodee quien nos rodee, difíciles, y se hacen cuesta arriba en más ocasiones de las que nos gustaría, pero son parte de ella como lo es el nacimiento. El mismo libro de auto ayuda que hablaba del duelo con tanta exactitud añadía también que la única forma de vivir la vida plenamente era afrontando la muerte como parte del ciclo. 

 

Hoy, siete años después de que mi persona partiera sigo preguntándome día tras día si allá donde esté vive orgulloso de ver en la persona en la que me he convertido, y lloro como lo hacía aquel año que me hubiera encantado no haber vivido jamás. Pero sonrío cuando pienso en el legado que compartió conmigo y afronto la muerte como lo que es, parte del ciclo vital. 




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