Encantada, sonrisa tímida y dos besos.


Nunca me he considerado una chica fácil, en ninguno de los sentidos de la palabra, aunque eso de determinar qué chicas son o no fáciles en función de cómo se relacionan con los hombres, hace mucho tiempo que no se lleva. Digamos, aun así, que siempre he conservado una parte clásica y antigua dentro de mi ser, de esas que hacen que a veces siga escuchando eso de “ay hija que carca eres a veces” de boca de mis amigas más abiertas de mente.
 

 

Es inevitable, me educaron así, y aunque me moldeo y enseño a diario, no hay día que no fantasee con convertirme en la princesa de cuento que un día idolatré mientras me leían antes de dormir. Aunque, la princesa ahora solo busque un príncipe que no sea tóxico, no se quiera aferrar a cualquier relación abocada al fracaso, prefiera unas Dr. Martens antes que un tacón de cristal y sueñe con llenar las librerías de libros propios, no con dormir en un Palacio Real. Me crie en el seno de una familia clásica, eso es un hecho. Niña bien de colegio cristiano cuyo padre, más bien ausente, era el sustento económico de la familia, mientras la madre, pilar fundamental e imprescindible, se dedicaba en cuerpo y alma a las tareas del hogar y a sus hijos, a los que le tocó quererlos por partida doble dada la ausencia del patriarca. 

 

Mi hermano tuvo más suerte, papá le quería, vaya si le quería, y a mi hubo momentos en los que también, o por lo menos lo intentó. Quiero pensar que lo intentó, e incluso justificar sus actos con la tan recurrida excusa de que nuestros carácteres eran, y son, más que incompatibles. Toda la familia supo siempre que nuestra relación estaba destinada al fracaso, y aunque a diario luchaban por disimular lo que era un secreto a voces, no había comida familiar o celebración en la que no nos tirásemos los platos a la cabeza por nuestras tan dispares opiniones. 

 

Nunca fui una niña de las de agachar cabeza y callar, no me callé jamás en el colegio, de hecho, hacía mía cualquier injusticia que sucediese a mi alrededor; tampoco lo hice en casa, nunca mentí, ni oculté; lo blanco era blanco, sin matices; lo negro, negro, sin discusión posible. Mi abuelo, el verdadero pilar fundamental de toda esta historia, me enseñó desde que empecé a razonar, a luchar por sostener mis ideas y mi personalidad por encima de todo aquel que quisiera anteponerse. Sin faltas de respeto, sin insultos ni bajezas, a base de cariño y mucha paciencia, me educó para identificar y guardar mi verdadero valor y me cosió unas alas, que hoy por hoy, y aún sin él estar ya presente, me hacen volar alto, aunque a veces me de la sensación de que me puedo estrellar. Esas alas en forma de libros, historias y cuentos, fueron tan sólo el inicio de todo lo que hoy hace de mi la mujer que soy. 

 

Plasmo, desde que puedo recordar, mis sentimientos en miles y miles de palabras que guardo en mi ordenador, en cuadernos o en folios sueltos por todos los rincones de mi habitación. A veces, comparto mis textos con alguna amiga, con mi madre o los leo y los vuelvo a leer orgullosa, emocionada y a veces incluso avergonzada. Por eso, no pretendas encontrar aquí un relato ordenado de emociones bien puestas y bien sonoras. No es mi intención, aunque sí mi sueño, iniciarme en todo esto de que mis textos sean leídos por desconocidos, con un best seller mundial. Esta no es la historia de amor o ficción romántica que podrás comprar en cualquier librería. Esta es las síntesis de miles de emociones en forma de textos, más o menos largos, que una estudiante de periodismo de 23 años intenta recopilar porque adora escribir, pero más aún y siendo egoísta, porque hace tiempo reconoció que le curaba escribir. Y, ¿quién no ha necesitado alguna vez ser sanado? 

 

Esta es mi historia, o al menos, una cuarta parte de lo que ronda mi cabeza en torno al amor, el desamor, la familia, la amistad, y un sinfín de sin sentidos que estas palabras ordenarán si cabe un poquito más. Me encantaría que te quedaras y si es posible, empatizases, te sintieras identificado/a e incluso hicieras tuyas cada una de estas palabras. Y, aunque la emoción y el miedo en estos momentos son uno dentro de mi, ojalá algún día cuente emocionada que todo empezó por querer plasmar en alguna parte todo lo que en voz alta no sé decir. 



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